Por Sandra González
La esencia del diálogo es explorar, en un espacio compartido, la posibilidad de hacer una pausa para observar y escuchar mientras hablamos. Al hacer una pausa, podemos escucharnos a nosotros mismos en una nueva forma y, simultáneamente, estar en contacto con lo demás que está ocurriendo alrededor de nosotros o dentro de nosotros.
El hecho de hacer una pausa ofrece la posibilidad de ver de forma inmediata cuán identificados estamos con ideas, opiniones, teorías, sistemas de creencias, imágenes y emociones, asumiéndolas como verdad, tan inseparable de quienes somos. Podemos experimentar directamente cómo nuestras identificaciones, y nuestra defensa de ellas, nos separan a cada uno de los demás. Con frecuencia, las defendemos como si nuestra vida dependiera de ellas. Nos sentimos agredidos o heridos si los demás nos cuestionan, e incluso podemos contra-atacar para desquitarnos lastimando al que nos ofendió. Pero podemos estar conscientes de cómo esto genera sufrimiento. Es posible ver que estos esquemas de identificación, de defensa y causantes de heridas no son exclusivos de nadie. Son universales… ¿No es cierto? Todos compartimos los mismos condicionamientos.
El diálogo no es terapia de grupo. No pretende cambiar a nadie o decirles lo que deben hacer o no hacer. Tampoco es un vehículo para intercambiar opiniones o discutir o analizar un problema, sino, más bien, ver cómo estas formas habituales de interactuar para enfrentar los problemas de la vida hacen que nos quedemos aún más atascados en los problemas; en vez de responder a lo que la situación está pidiendo por el momento. El diálogo no es un foro para contar “historias”. Si nos ayuda a ilustrar y clarificar algo que el grupo está examinando, está bien. Todo lo que es llevado al dialogo puede ser visto y cuestionado; de esta forma se invita a la profundización de lo que está ocurriendo, en esta escuela colectiva que funciona como un espejo. Preguntándonos unos a otros: “¿Qué entiende por eso?” o “¿De dónde viene usted?” podemos ayudarnos recíprocamente a clarificar lo que estamos tratando de decir, y así como también estar en contacto con motivos subyacentes.
Podemos también participar permaneciendo en silencio, observando nuestras reacciones a lo que se ha dicho, o únicamente estando aquí presentes escuchando, participando en el hecho de reunir esta energía de mirar/escuchar juntos como una sola energía de Presencia.
Podemos llamarlo meditación en acción. ¡Abrazándolo Todo! Ocurre aquí, ahora, y no está limitado por el tiempo. La meditación es ese instante en el cual uno se despierta al hecho de soñar despierto, juzgar, inculpar o permitiéndoselo con culpabilidad. – cuando las historias se vuelven transparentes y son vistas como lo que son, sólo historias.
Esta es la claridad de comprender que no somos esas formas de ser o actuar, sino más bien esta oscuridad viva de no saber. Vemos que el observar y escuchar no necesitan de la mente pensante. Es en la captación sin palabras de lo que es que el comprender y el aprender tienen lugar.
Entonces el lenguaje, el diálogo, pueden estar al servicio de la Inteligencia y la Compasión – conectando, no dividiendo. En esta forma, el diálogo es una alternativa, una nueva forma de estar juntos, compartiendo palabras desde el silencio. Conectados, unidos en el Silencio que es nuestra Verdadera Naturaleza. ¡Maravilla de Maravillas!